jueves, marzo 22





"Era curioso: tenía muchas cosas en que pensar, pero me entregué por entero al análisis de mis sentimientos hacia Polina. La verdad es que me había sentido mejor en aquellas dos semanas de ausencia, a pesar de que durante el viaje creí volverme loco de angustia. Me agitaba como un poseso, y hasta en sueños la tenía ante mis ojos. Una vez -ocurrió esto en Suiza-, me quedé dormido en el vagón y empecé, al parecer, a hablar en voz alta con Polina, lo cual desató la hilaridad de todos los viajeros. De nuevo volví a hacerme la misma pregunta: ¿la quiero?, y de nuevo no supe contestarme a mí mismo. Es decir, de nuevo, por centésima vez, me repetía que la odiaba. ¡Había momentos -siempre que terminábamos de hablar- en que hubiera podido hundirle lentamente un cuchillo en el pecho, lo habría hecho con placer. 
Y, sin embargo, juro por todo lo que hay de sagrado que si en Schlangenberg, en aquella cumbre de moda, ella me hubiera dicho "tírese"; habría cumplido sus órdenes igualmente con placer. Lo sabía, y, de una u otra forma, yo tenía que encontrar salida a aquella situación"




Fedor Dostoyevski- El jugador.

sábado, marzo 17

descargas

De repente se sintió inquieta, no sabía qué hacer. Pensó en eso, pero no, no podía. Y en aquello, pero no, menos todavía! Ya se había comprometido a deshacerse de esas actitudes y por ahora mantenía su promesa intacta. Mm, ¿intacta?. Bueno, tal vez no intacta, pero bastante bien. Luego pensó en otro algo, algo que podía hacer, algo que ocuparía su tiempo y que disfrutaba, pero no, al instante recordó que era de noche y que era imposible en ese momento. Y lo central era que fuese en ESE momento. Necesitaba hacer algo en ese instante, justamente ésa es la sensación de inquietud. No podía quedarse parada mientras todos esos pensamientos iban y venían, volvían, giraban, avanzaban, retrocedían, se mezclaban y no paraban de surgir. Caminaba y caminaba, no tenía más ganas de esperar por nada. Seguía caminando, y a medida que las cuadras disminuían, más quería seguir caminando, no quería parar, no podía, no si su cabeza seguía tan activa. Fue entonces cuando llegó, e indefectiblemente tuvo que parar. ¿Qué podía hacer ahora? Creo que ni siquiera lo pensó tanto, sólo se ensordeció por un momento, se sentó y escribió. ¿Se sintió mejor? No podría saberlo, porque todavía no terminó.